Me apreté la bufanda con cuidado de no atraparme el cable de los auriculares del mp3 mientras el tren de cercanías se paraba.
Ciertos días, especialmente aquellos en los que ni siquiera un té doble con azúcar moreno me ha despertado bien, el mp3 es lo que evita que pegue cabezadas.
Me suena la canción Kingdom Come de Manowar.
Feel the white light the light within | Siente la luz blanca, la luz de dentro |
Yeah it burns a fire That drives a man to win | Arde un fuego que lleva a el hombre a ganar |
For all of us waiting your kingdom will come | Por todos nosotros esperando que venga a nosotros tu reino |
Una canción alegre y esperanzadora.
Fui el único del vagón que se bajó en la parada del polígono industrial cuando las puertas se abrieron.
A través de unos ojos recién deslegañados veía el sol, que emitía una luz fría y distante como la de un tubo fluorescente.
Al salir del tren hacía un frío de mil pares de demonios, y lo único que disipaba un poco el gris de la mañana era la canción que sonaba en mi mp3, sin embargo yo andaba como un zombi, por inercia, y apenas me di cuenta cuando acabó la canción y empezó la siguiente.
Al girar una esquina la volví a ver, como siempre. Se había convertido en una visión habitual, pero eso no hacia que me impactara menos, todo lo contrario, se me retorcía el alma cada vez mas al verla en lo que para ella era un día mas de trabajo.
De pie, alta y en ropa interior. Calentaba su tiritante cuerpo con un fuego que ardía frente a ella, dentro de un cubo de metal, mientras miraba con desgana y resignación los coches que pasaban.
Tres semanas antes, cuando pasé ante ella por primera vez, me miró un instante a los ojos. Ella seguramente solo miraba un posible cliente. Los posibles clientes solo verían mercancía en ella. Yo vi penurias sepultadas tras mucho maquillaje.
El siguiente día volvió a echarme la misma mirada. Y el siguiente, y el siguiente. El quinto día ni me miró.
Ese fin de semana me acordé de ella, de sus ojos tristes, y tomé una decisión.